miércoles, 29 de diciembre de 2010

Texto. m. Del latín textus= tejido.



Soltemos un par de mentiras para terminar el año como se debe, con un poco de despilfarro. Digamos, por ejemplo, que me he convertido en una investigadora de oficio. Sólo que mis métodos son poco usuales. Mi campo de exploración es el mundo completo y llevo mi laboratorio a cuestas o, más bien, empotrado. En el cuerpo. Supongamos que, una tarde, mi pensamiento, en su vagancia, se topa con una idea interesante. Una idea, imaginemos, que usa una gabardina roja y zapatos bicolores y tiene un olor sugerente como un pato al horno o como el romero o como la brea de una fogata a media noche. Y me atrae, y yo no sé por qué.  Es entonces cuando la investigación comienza. Uno no puede ser demasiado obvio, porque este tipo de ideas son huidizas. Uno las invita a sentarse en un silloncito para poder hablar frente a frente. Pero no les hace muchas preguntas, porque entonces se vuelven mudas. Digamos que, entre más habla uno, más callan ellas. Hay que dejarse divagar un poco, dar rodeos, invitarla a tomar el té o a mirar la tarde o a contar los botones de su gabardina. Y, sobre todo, hay que escuchar. El mundo se escucha distinto cuando tienes una idea vestida de rojo sentada en alguna salita de tu pensamiento. Los oídos y los ojos de todo el cuerpo deben permanecer bien abiertos. Porque hay voces, voces bajitas, que cantan en silencio al interior de todas las cosas. Y resuenan en el cuerpo, y ésa es también una forma de cantar. Y entonces comprendemos. Hay que tomar ese canto silencioso que nos dejó la idea entrevistada con su gabardina roja. Es como un hilo muy delgado que hay que tejer, con cuidado, con el resto de los hilos que hayamos encontrado en nuestras investigaciones. Y, conforme el tejido vaya tomando forma, sabremos de qué se trataba la investigación. Desde luego, aún es necesario averiguar qué hacer con ese pequeño y reciente engendro. Pero para ello aún nos quedan muchas vueltas al sol y, por lo pronto, tejer es una delicia. Tejer bajo el sol del invierno, mientras la tarde se diluye despacio.

martes, 28 de diciembre de 2010

Pensamiento robado

Estoy aquí sentada, queriendo escribir sin saber qué quiero decir. Siento la necesidad imperiosa de crear, de rasgar el papel con mi pluma, de hacerle un hijo a la cultura, pero no se me ocurre un tema en especial. Estoy vacía de contenidos... o quizás es al revés; estoy demasiado llena, congestionada de pensamientos, de deseos y de imágenes e ideas.

Cuando uno se encuentra en esta situación lo mejor que puede hacer es robarle a otro artista y terminar el escrito con una cita como: "Es idiota escribir cuando no hay que nada que decir." -Aldous Huxley.

Punto final.

martes, 30 de noviembre de 2010

De laniparinos y anémonas (¿o anemonanas?)




Un día pintado a la acuarela sería un día que se escucharía como “Scarborough Fair”. Sería un día de colores tenues, aunque intensos. Un día que llenaría el lienzo casi sin querer, derramándose como agua.

Sería un día absorbido en el tiempo. De esos momentos insignificantes y olvidables, pero que de hecho no lo son porque alguien les tomó una fotografía. Y aunque nadie la vea, empolvada en un viejo álbum, se ha quedado atrapada, fija y quietecita, esperando que alguien llore o ría el día del reencuentro.

Un día pintado de acuarela sería azul, casi transparente. Sería un día desnudo, hermoso y triste... o alegre. Depende de las palabras y de los sonidos que se usen.

Acabo de descubrir que “acuarela” es una palabra que me gusta. La agregaré a mi lista.

martes, 27 de julio de 2010

La extraña y muy secreta historia del zapato gigante

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Voy a contarles una historia secreta, tan secreta que nadie más se las contará jamás, tan secreta que si preguntan por ella todo mundo negará su existencia, tan secreta que si no la cuento dejaría de ser secreta y sería inexistente. 

Cuando yo era muy pequeño y con muy pequeño me refiero a muy muy pequeño, de unos dos o tres centímetros de altura. La gente en realidad no era real. La gente era de plastilina y vivía en cascaras de nuez, pero no cualquier tipo de nuez, tenían que ser las cascaras de las nueces de castilla. Se preguntarán por qué ahí; y la respuesta es más sencilla de lo que parece "Son resistentes y están en los árboles" y los árboles como todos los primates saben (y en especial los lémures), son lugares muy cómodos para vivir.

Pues sucede que cuando la gente era pequeña y de plastilina y vivía en cascaras de nueces de castilla, pasó algo extraordinario. Apareció un zapato, grande grande, bueno en realidad aquel zapato tendría el tamaño de cualquier zapato hoy en día, pero si enfatizamos en que la gente tenía dos o tres centímetros de altura (tal vez más, tal vez menos), aquel era un gran acontecimiento sobretodo por que el zapato estaba usado y nadie sabía por quién.

Así que algunos fanáticos comenzaron a dejar de usar zapatos porque tenían la impresión de que aquel zapato era el símbolo de que existía un ser, si no superior, al menos sí mucho más grande. Muchos otros cayeron en la locura, casos de suicidios colectivos comenzaron a aterrorizar las antiguas colonias donde la gente no usaba zapatos sino una especie de sandalias de corcho que eran muy cómodas. Yo vivía en una de esas comunidades y nos llamaban "la comunidad de las sandalias". La comunidad de los zapatos nos aborrecía y la comunidad descalza nos idolatraba. Pero que les puedo decir, yo sólo usaba sandalias no por que unos me aborrecieran o me idolatraran sino porque así eramos nosotros, porque habíamos usado sandalias toda la historia del mundo (que no era tanta) que iba yo a saber de zapatos, agujetas o pies descalzos, había vivido siempre con sandalias y con sandalias me iba a morir.

No quiero alargar mucho la historia, y tampoco es que quede mucho por contar, pero pasó que un día de repente crecimos y nos hicimos de carne y hueso.

- ¿Y eso es todo señor?

- Sí, eso es todo.

- Pero las nueces no miden dos o tres centímetros ¿cómo podían vivir en ellas?

- Es que eran nueces muy grandes.

- ¿Tan grandes como el zapato?

- No, no tan grandes.

- Pues yo no le creo.

- Lo se, pero hay una foto de mi mismo cuando era de plastilina que te haría creerme.

- ¿Y dónde está?

- La he perdido.
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lunes, 3 de mayo de 2010

Autoengaño


Estaba sentada en un apacible jardín de la universidad. No había nadie y lo único que se podía escuchar era el sonido del viendo y el canto de los pequeños pájaros citadinos. Fue un momento hermoso y tranquilizador, aunque tan sólo durara por un instante. El motor de un coche interrumpió el equilibrio de sonidos apacibles, a lo que le siguió un avión surcando el cielo y una multitud de alumnos riendo y hablando, caminando para entrar a clase. La joven se puso sus audífonos, eligió su canción favorita de rock y volvió a sumirse en su propia tranquilidad. Es un momento hermoso, aunque tenga que terminar dentro de un instante...