lunes, 31 de agosto de 2009

La verdad no existe, dígala quien la diga

Hubo un tiempo en el que los hombres buscaban para encontrar. Ahora somos mucho más refinados. Los pensadores serios de hoy en día ya no tienen esa pretención infantil e inmadura de llegar a la verdad. Los filósofos reales buscan, pero saben que no encontrarán nada. Seguirán buscando eternamente (o hasta que la muerte los arranque de su camino condenado al infinito), porque, el que encuentra, es dogmático.

Se ve mal encontrar. No es política ni intelectualmente correcto. Lo de ahora es ir errante, perdido en una eternidad de preguntas sin respuesta. Tal vez duela, pero está de moda vivir atormentado. Sufrir es elegante.

Como no hay verdad (y si la hay, no tenemos permitido dar con ella), hay que ser tolerantes. Los que todavía dicen las cosas con firmeza y determinación deben ser señalados. No hay que tomarlos en cuenta, pues son hombres de mentalidad obsoleta que aún buscan respuestas.

Recuerden, hermanos míos: este mundo está hecho de bellas y amargas mentiras. No caigan en el error de encontrar, no se corrompan teniendo esperanzas vanas.

jueves, 6 de agosto de 2009

Carta a la pequeña Elizabeth


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Hola nena, tú no me conoces y tal vez nunca me conozcas, pero yo te amo chiquita, me encantan tus deditos que me abrazan en las noches cuando la obscuridad te asusta tanto, y cuando caminas despacio, pasito a pasito aquel pasillo largo de la casa, me encantan tus rulos frescos de primavera, y tus rodillas raspadas por el suelo mojado aquel domingo del parque México en que aprendiste a andar en bici. Yo tampoco te conozco pequeña y tal vez nunca te conozca, pero te soñé, un par de veces, no demasiadas y aun así ya siento que te quiero, te siento mía, porque surgiste como Atenea de mi cabeza loca, de la cabeza loca de papá, un poco por subconsciente otro poco tal vez por aquella sensación extraña que nos da a todos a cierta edad cuando los sueños se vuelve profundos y maduros. Te escribo esto porque te lo debo, porque siento una deuda enorme contigo de no lograrte, de dejarte escapar al amanecer cuando despierto de esos sueños hermosos. Me encantas nena y te escribo esto con cierta melancolía, con lágrimas dulces que me brotan de una nostalgia futura infutura. No se me olvida el día que te descubrí, apareciste de pronto en una sala que no existe, y me sorprendí muchísimo porque no te esperaba, pero fui tan feliz… tan feliz, traías un vestidito azul con puntos blancos y los pelos sueltos, revueltos revueltos, una maraña de chinos incontrolables y preciosos, y caminabas hacia mí y nos sentábamos en el sillón grande frente al estéreo a escuchar los discos viejos de papá, y cantábamos like a rolling stone de ese viejo desconocido que a mamá le gusta tanto y te reías porque mi barba te hacia cosquillas cuando te daba un beso cosquilludo, y llegaban tus tíos a una de esas comidas que organizábamos en casa cada mes, y jugabas con el tío Luis y con la tía Emilia, y la tía Alicia que te hacia un montón de trenzas raras y felices, y hasta con el raro pero siempre interesante tío Ramón que usaba un vestido grande y negro y hablaba muy bonito. Me acuerdo que te acercabas a ellos y les hacías muchas preguntas impresionantes porque eres una pequeña muy curiosa, curiosa e inteligente y loca como tu mamá y también muy coqueta. Recuerdo también la segunda vez que nos encontramos en mis sueños, yo veía tele hasta muy noche y tú me hiciste irte a contar un cuento de esos raros que a veces te inventaba, y después me leíste un libro rosa de princesas posmodernas y hadas que hacían sortilegios para evitar al dentista, y otro libro grande con muchos dibujos al que le cambiaste el final porque no te había gustado el que el señor que lo escribió le había puesto y te inventaste un final mucho mejor, después me acuerdo que me hiciste ponerte el disco de Luis Pescetti y cantarte ¡Hay Lili! para que te durmieras, pero en vez de dormirte nos quedamos platicando toda la noche sobre cosas de niños, cosas que compartíamos, y tú eras mi princesa. No recuerdo cuando naciste porque no naciste y eso me duele un poco aquí adentrito donde un día no te conté que está el corazón. Eres un sueño, mi sueño y te escribo esto hoy aunque pensaba dejarlo para después, pero sé que si lo dejo para después, nunca lo escribiré; y lo leo para que quede perfecto, pero cada que lo releo se me quiebra la voz y si me atora el pecho y sigo escribiendo, para no tener que despedirme y tenerte conmigo un ratito aunque sea en esta esquizofrénica fantasía. Pero no llores vale, no creas que eres un personaje más de un cuento de esos que me invento para vivir, no nena, tú eres un sueño, y no hace falta tener más de cuatro años para saber que un sueño no es un personaje, es como tú, algo que ya es parte de mi, eres la niña de mis ojos, pequeña Elizabeth tienes los ojos enormes de tú madre, y la mirada de jaguar de papá, que no se te escurran, ven conmigo esta noche, pasemos este último sueño juntos, toma de nuevo mi dedo con tu manita como lo hiciste aquella noche en que me robaste el corazón.

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Hace unos meses soñé que tenía una nena…

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lunes, 27 de julio de 2009

Misterio

¿Por qué ya nadie miente?

¿Será que tanta filosofía nos ha tatuado en el alma ese amor por la verdad?... ¿o de plano todo mundo está demasiado ocupado malgastando estas efímeras vacaciones?

viernes, 3 de julio de 2009

El Enojo

Hoy se me atoró un enojo. Por lo general no reparo en ellos, pues llegan, hacen mucho alboroto, pero terminan por irse pronto. Éste, sin embargo, era un enojo muy persistente. Me obligó a voltear a verlo, pues no es natural que se queden tanto tiempo. Cada enojo es diferente, por lo que no hay una descripción general de los mismos. Éste en particular era gordito, feo y lleno de escamas viscosas. Estaba tuerto de un ojo y a penas podía ver con el otro, que era de un amarillo intenso con una pupila larga y negra, como la de un gato malhumorado.

Intenté correrlo, pero tenía unas patitas con garras filosas que se enterraban con fuerza. Todo el día me ha molestado y nada más no me podía deshacer de él. Le hablé, traté de convencerlo, le grité, lo ignoré... pero seguía ahí clavado con sus cochinas patas.

"¿De dónde vienes?" le pregunté en un intento de averiguar cómo quitármelo de encima. Pero el asqueroso enojo no me decía nada. Se limitaba a verme con su ojo fruncido. Estaba tan desesperada que incluso se me ocurrió arrancármelo violentamente. Por fortuna, antes de llevar a cabo tan agresiva operación, tuve la maravillosa idea de hacerle cosquillas.

Al principio, el enojo no hizo nada, pero de repente, se empezó a retorcer. Su ojito amarillo me veía furioso, pero no podía moverse si quería seguir aferrado con sus garras. Seguí molestándolo durante un buen rato. El enojo estaba cada vez más enojado. Sus escamas se erizaban y se quejaba con gruñiditos.

Finalmente, el enojo cedió. Me soltó y se fue, enfurruñado y haciendo ruiditos. Espero nunca más volverlo a ver.

jueves, 4 de junio de 2009

Gorgodonte


El gorgodonte es un raro ejemplar cruza de una gorgona y un rinoceronte. Su tamaño llega a ser de aproximadamente unos seis o siete metros de largo, y pesan aproximadamente siete u ocho toneladas. Están cubiertos por escamas verdes y amarillas cuando apenas son unas crías, pero al crecer se agregan a sus tonalidades brillantes colores como el rosa mexicano y el naranja fosforecente. Sus habito alimenticios son muy simples, se alimentan de ramas de Aburudul, y en épocas de sequía se alimentan de pequeños carmios que crecen en las llanuras de Pepsilvania; se ha llegado a saber de un tipo de gorgodonte acuático que se alimenta de laniparinos, pero estas costumbres psicotrópicas aun no se han desarrollado en los gorgodontes terrestres ni aéreos. Debemos anotar que el gorgodonte terrestre a diferencia del aéreo, es un mamífero, mientras que el aéreo es un ovíparo, respecto de la reproducción de los gorgodontes acuáticos se sabe muy poco aun, pues, en su época de reproducción se sumergen lo más posible y se esconden muy bien.


Los gorgodontes son una especie no muy amistosa ante un visitante extraño, por lo cual, en cuanto perciben algún elemento extraño a su alrededor, se arremeten contra el, destruyéndolo todo con sus grandes cuernos y sus poderosas mandíbulas, fuera de esto, son animales que tienen un carácter sumamente amistoso y divertido cuando no se les molesta, se han logrado obtener videograbaciones de manadas enteras de gorgodontes divirtiéndose y jugando en el lodo, siempre haciendo un sonido muy característico que es algo así como: GGGGrrrrrrrgggggHHHHoooooommmmmm.... BBBhhhhuuuuAAAAAkkkkk.... GGGGrrrrrrrgggggHHHHoooooommmmmm.... BBBhhhhuuuuAAAAAkkkkk....


Me parece importante anotar, que el gorgodonte es una especie en peligro de extinción, ya que sus escamas de brillantes y hermosos colores se cotizan cada vez más alto en el mercado negro, así como sus enormes cuernos, los cuales se ha descubierto, curan el cancer instantáneamente.


Finalmente debemos agregar que los últimos estudios revelan que los gorgodontes tienen un cerebro enorme y altamente capaz, por mucho superior al de los seres humanos, sin embargo, estos enormes animales, sólo utilizan el .0001% de su capacidad, por lo cual los convierte en los seres vivos más estúpidos sobre la tierra.


Ha olvidaba decirles, que los gorgodontes terrestres hablan latín, pequeño detalle que nunca se ha logrado entender, pues no se tiene registro alguno de un contacto directo con algún ser humano, diversas hipótesis anuncian que los gorgodontes son una especie mágica primitiva que en épocas pasadas eran sabios que transitaba la tierra y fueron ellos quienes les enseñaron el lenguaje a los hombres. Jaime Mausan asegura que el vio como los gorgodontes eran abducidos en el desierto de Sonora, y que cree, son seres extraterrestres que vienen a dar un mensaje o en su defecto, tienen con contacto con seres extraterrestres que los confunden con la especie inteligente de este planeta.

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miércoles, 20 de mayo de 2009

Parquímides de Turia


Gran filósofo presocrático nacido en el siglo VI a.C. (según se cree) en la ciudad de Turia, cerca de Sibarias, de la Magna Grecia.

Dentro de las principales aportaciones que Parquímides hizo a la filosofía clásica, se encuentras sus estudios sobre el origen del cosmos y de la vida humana.
Parquímides concebía el Universo como una gran bola de masa compactada y lanzada al espacio por una fuerza a la cual denominó el Essus, o Eso. Dicha fuerza era el eje rector de todo lo creado, ya que a él llega todo lo no creado, lo procesa y de alguna manera avienta al cosmos todo como creación para volver a retornar a él. Un círculo perfecto. Se podría decir de otra manera que el Universo es lo que resulta del proceso de digestión del Eso.

Sus ideas han inspirado a lo largo de siglos a muchos autores pos-modernos de libros de autoayuda como el famoso Daniel Café, quién redactó: "Por qué el mundo es una mier..." o el célebre best-seller de la autora Gabriela Barjas "El ser humano como escoria: aprenda a amarse aceptando quien es".

Poco sería del mundo actual sin la gran aportación del gran filósofo presocrático Parquímides de Turia.


Parquímides es confundido con otro filósofo llamado Parménides (imagen), y es una equivocación un tanto...curiosa, ya que Parménides no concibió lo que nuestro querido Parquímides; ni siquiera una aproximación. Para saber más de Parménides, pueden consultar la enciclopedia Wikipedia... para saber de Parquímides,... sólo deben ver a su alrededor.




(Perdonen la falta de inspiración,... la siguiente vez será mejor)

domingo, 26 de abril de 2009

Surrealismo puro o puro surrealismo




Hace unos años, cuando todavía no era estudiante de filosofía y la vida estaba pintada de otros colores, tuve un sueño. El otro día lo encontré, olvidado en un viejo bahúl. Lo saqué y lo sacudí para quitarle el polvo y las telarañas. Ya no suena tanto a mí. Parece el recuerdo de alguien más.

El sueño empieza en un café en la ciudad de México. No sé si exista un lugar así en algún rincón de esta ajetreada ciudad, pero estoy segura de que era aquí. Era un lugar simpático. El estilo de las sillas, mesas y sillones no concordaba para nada. Las paredes estaban llenas de estantes con frascos, libros, adornos, flores marchitas, tubos de ensayo, papeles, latas de comida y otras mil cosas que no recuerdo. Un señor barbudo tecleaba concentrado en un aparato parecido a una máquina de escribir, pero en vez de letras, imprimía notas musicales en una hoja con pentagramas. Los demás clientes tomaban sus bebidas con tranquilidad: nadie platicaba. Y en el rincón del local, junto a la gran vitrina que daba a la calle llena de gente y automóviles, había un gato negro enroscado dentro de una jaula dorada para pájaros, donde dormía plácidamente.

Yo era yo misma, pero algunos años mayor que en ese entonces. Quizás tendría la misma edad que ahora. Me veía desde fuera, como un espectador inexistente. Era un poco más fina de cuerpo y de piel aún más blanca. El día era gris, pero caluroso y yo estaba vestida con una falda blanca de algodón que me llegaba hasta debajo de las rodillas, tacones altos y una blusa ligera de color verde olivo. Por alguna razón, los detalles se vuelven importantes cuando uno recuerda un sueño y lo plasma en tinta antes de que se esfume.

Estaba pagando mi café matutino a la joven del mostrador y después salí del lugar con mi cabello recogido en una especie de chongo, pero con aspecto despeinado.

Caminé con prisa por la acera, aunque ni yo misma sabía a dónde iba (dentro del sueño tenía cierta lógica). Pronto llegué a una gran avenida y quise atravesarla, pero los coches pasaban a gran velocidad y no había semáforo. Busqué un puente a mi alrededor, pero no había ninguno. Seguían pasando los autos rápidamente y, además de hacer ruido y despedir un montón de humo grisáceo, provocaban que mi falda y mi cabello se movieran violentamente con el aire.

Poco a poco me iba entrando más urgencia por cruzar, aunque insisto: no tenía claro a dónde quería ir. Entonces hubo un momento en el que los coches se detuvieron y esperaron en fila como si tuvieran alto, aunque no había semáforo. Después de unos segundos, me decidí y comencé a cruzar. Conforme avanzaba, los vehículos se me antojaban como un montón de seres vivos con sus faros viéndome y acechando; esperando la oportunidad para abalanzarse sobre mí.

A penas había llegado a la mitad de la extensa calle, cuando mis temores se volvieron realidad. Los coches arrancaron y yo empecé a correr para llegar a la banqueta, pero no fui lo suficientemente rápida y en cuestión de segundos vi cómo un pesero polvoso y con el parabrisas roto se acercaba a toda velocidad. Estaba a punto de atropellarme, cuando de pronto, vi algo en el aire. Era una figura humana descendiendo lentamente des cielo con un paraguas negro. Bajó hasta mí tranquilamente, me tomó por la cintura y sopló al paraguas, que nos levantó a los dos con violencia, justo en el momento en el que el camión pasaba por debajo de nosotros.

El paraguas nos dejó encima de un puente peatonal que apareció de la nada y yo miré agradecida al extraño personaje. En realidad, no era del todo humano. Vestía completamente de negro, con una gabardina vieja y raída y llevaba un sombrero de copa con el borde superior descosido y abierto.

<<¿Quién eres?>> pensé para mis adentros, pero el extraño me leyó el pensamiento y me contestó en forma de verso. Para ser sincera, no recuerdo exactamente cómo iba, pero el final era:
“…soy artista, alquimista y soñador;
mago, poeta, escritor y tu humilde servidor”

No es muy ingenioso, lo reconozco, pero sonaba mucho mejor en el sueño, mientras el extraño personaje se quitaba el viejo sombrero y hacía una reverencia. Ahora que lo pienso, me recuerda un poco al memorio de Liz.

-¿Qué estabas haciendo allá abajo?- me preguntaba sin dejar de sonreír.

-Estoy buscando un violín- dije como si nada, y en ese instante tuve la certeza de que así era.

-¿Qué clase de violín?

-Quiero comprar uno que no sea muy caro; uno chino o algo así. No muy fino.

Al instante pude sentir la desaprobación de aquel ser, pero nunca dejó de sonreír.

-Si en realidad fueras amante de la música no dirías eso.

Me sentí avergonzada y desprecié la idea al instante, pero quise justificarme ante él.

-El mío era muy bueno, pero lo perdí.

-¿Qué clase de violín era?- me preguntaba con interés.

-Lo llamaban “La sombra del viento”.

En ese momento el muchacho estalló de emoción.

-¿La sombra del viento? Es uno de los mejores del mundo. Yo mismo lo fabriqué, ¿sabes? ¡Tenemos que recuperarlo!

Y sin decir nada más, me tomó de nuevo por la cintura y sopló al paraguas que nos levantó por los aires. En cuestión de segundos vi toda la ciudad desde el cielo: las calles llenas de cochecitos en movimiento, los edificios y una espesa nata de contaminación cubriéndolo todo. Pero conforme fuimos adquiriendo altura y velocidad, el cielo fue adquiriendo su color azul y pronto las nubes nos rodearon.

El extraño personaje, sin dejar de sonreír con tranquilidad, me tendió el mango del paraguas que yo tomé con fuerza.

-No te sueltes- me dijo suavemente al oído.

Y entonces me dejó ir, mientras él se dejaba caer al vacío, agitando su sombrero de copa en el aire.

"Nos veremos de nuevo" escuché su voz dentro de mi cabeza.

Y mientras lo veía hacerse cada vez más pequeño hasta convertirse en un puntito negro, contuve el aliento y desperté.


Si no entendiero después de leer esto, entonces sigan la siguiente receta:

- Una tarde ociosa (preferentemente lluviosa o aburrida por la cuarentena provocada por la influenza).
- La película de Hayao Miyasaki "El castillo vagabundo"
- El soundtrack de Amélie
- Un par de cholocates amargos
- Diecisiete o dieciocho años
- Una noche tranquila y sin preocupaciones reales

Mezclar todo esto al gusto y producir arte sin miedo.

miércoles, 22 de abril de 2009

Los Waimos

Ahí van los waimos corriendo por las banquetas todos apachurrados, peleándose y jalándose para llegar primero a quien sabe dónde. Un waimo muy larguirucho agarró por el pescuezo a otro que era algo regordete, y lo aventó a las vías para que lo apachurrara el tren; que listo y contento se siente el waimo aquel, sin darse cuenta que por detrás se le acerca un waimo fortachón con la intención de imitar su hazaña. Los waimos son barbudos, torpes y cacarizos, siempre arruinándole la vida a los demás, no por sobresalir o triunfar, sino por el puro gusto de arruinar. Las tardes de lluvia los waimos se visten de etiqueta y salen a las calles a ser buenos o a fingir que son buenos. Pero la gente ya los conoce, te acercas tantito y entonces saltan malosos en un charco de agua puerca y te manchan la ropa y te mojan la cara y se ríen como locos. El otro día vi un waimo que estaba medio aburrido esperando que alguien se le acercara, parecía como que se moría de tristeza, pobre waimo aquel, ya todos se saben sus artimañas y ni los parumbos se fían; yo me le acerqué porque me dio mucha curiosidad el waimo tristón y le dije - ya no llores waimo maloso, mejor haz el bien – que mala idea la mía, pues el waimo tristón que se para y me da un pisotón y mientras me sobaba el juanete que me hace nudos las agujetas y entonces recordé lo que siempre decía mi abuelo, nunca te fíes de los waimos, siempre están al acecho. Me enojé mucho y me fui llorando de ahí, mientras el waimo se reía babeante y se mordía las costras de los brazos.

martes, 14 de abril de 2009

El memorio

Un memorio caminaba con paso elegante por una calle concurrida. Aunque su altura rebasaba un poco la estatura promedio, nadie parecía notar su presencia. En la mano derecha sostenía un paraguas negro, que a pesar de los remiendos era muy útil para protegerlo de los pensamientos de los transeúntes. Las palabras brotaban de todas partes: se evaporaban de sus cabezas, salían en tropel de sus bocas, chocaban unas con otras, se atropellaban, se devoraban entre ellas, algunas incluso bailaban una especie de tango argumentativo en el espacio abierto de la calle, justo por debajo de los cables de luz. La mayor parte terminaba amontonada contra las paredes o pisoteada por cientos de zapatos de oficinistas apurados. Algunas formaban charcos en la banqueta. En medio de todo este desorden, el memorio permanecía imperturbable. Las palabras no lo alcanzaban. Las frases se deslizaban por la superficie de su paraguas y caían delicadamente, formando una cortina de murmullos a su alrededor. Y dentro de ella, el memorio caminaba ausente, perdido en un abismo de recuerdos.

jueves, 2 de abril de 2009

Doble descubrimiento

Ayer vi un parumbo. Ya había escuchado y leído sobre ellos, pero nunca había visto uno. Incluso llegué a pensar que no existían y que se trataba de una mera invención que pretendía tomarme el pelo. Por eso me sorprendí bastante cuando lo vi aparecer por una esquina del cuaderno de Liz.

Estábamos en clase de Heidegger y no podía intentar atraparlo, porque seguramente iba a hacer un escándalo enorme y Pilar se habría molestado bastante. Admás a Liz tampoco le habría encantado que rompiera su apunte para apoderarme del dichoso parumbo. Por eso contuve la respiración y me limité a observar. Procuré no perderlo de vista para que no se me escapara ningún detalle.

De inmediato supe que era un parumbo. Era pequeño, colmilludo y malencarado. Tenía los bracitos levantados y la boca abierta en una actitud amenazante, pero la verdad no daba mucho miedo. Por supuesto, nunca se lo diría, pues de por sí ya tiene suficientes tendencias autodestructivas como para deprimirlo más.

Lo que más me llamó la atención fue la textura de su piel. No estoy segura si eran pelos o escamas. Sea lo que sea, era de un color verde metálico muy agradable a la vista. Por desgracia, no se puede decir lo mismo de su olor. Apestaba de una manera impresionante para ser tan chiquito.

Me gustaría poder hablarles más del parumbo, pero no pude estudiarlo más porque Liz cambió la página del cuaderno y lo perdí de vista. Eso sí, nuestra compañera es una gran artista...

miércoles, 25 de marzo de 2009

querido parumbo

corre parumbo que te alcanza la indiferencia, migaja de pan borracha, no sabe dar más de dos pasos sin estrellar la nariz contra el suelo y no se da cuenta, se levanta y vuelve a caer, su color café lodo a cada paso más verdoso, más feo, la nariz arrugada, parumbo ahogado en alcohol, con los ojos en blanco, no me mira, no ve nada, él camina en un mundo de dulces infiernos, que quizá sea lo único cierto de este planeta perdido, que engaña, que encanta, que quiero tanto, parumbo ingenuo, insensato, piensa que el andar lo va a llevar a algún lado, no sabe, pobre mugroso, pequeño diablo, que cualquier camino no conduce más que a la nada, que ni el alcohol ni el delirio pueden curar el vacío del deseo que hiere sus pasos, desdichada criatura que lleva el horror consigo, si alguien se topa con él en la calle se cubre los ojos para no verlo, parumbo que ciega a quien lo mire, que apaga la risa, que empaña lo bello, diminuta pestilencia, andante desgracia, querido parumbo.

sábado, 21 de marzo de 2009

Cacería

Estaba sentada esperando, viendo cómo se chorreaba el tiempo mientras yo no hacía nada. En ese preciso instante creí entender perfectamente por qué Dalí pintó relojes derritiéndose.

De pronto, un pequeño minuto salió de la nada. A penas me dio tiempo de verlo y quise atraparlo, pero se aventó por la ventana y desapareció. Me quedé inmóvil, esperando a que saliera otro. Lo hizo, pero también se me escapó.

"No es posible que no puedas tomar aunque sea uno" me dije enojada. Después de todo, los minutos no son tan rápidos como los segundos.

Esperé, muy concentrada, con los ojos bien abiertos y los sentidos alertas. En cuanto vi el tercero, me abalancé sobre él. Creo que alcancé a tocar la parte de atrás de su pequeña chaqueta verde, pero se me fue. Ni siquiera le pude ver la cara.

Lo intenté infinidad de veces, ya ni recuerdo cuántas fueron. Cuando por fin llegaron a recogerme, me sobresalté.

"¿Tan pronto?"

Pues claro. El tiempo no se escurre cuando uno se pone a cazar los minutos.

viernes, 13 de marzo de 2009

El Argo


El primer rayo cayó sobre el buque de acero, que quedó cargado eléctricamente. Hacia cualquier parte que se extendiera la mano saltaban chispas. Pero todos, a bordo del Argo, se habían entrenado durante meses para ello. A nadie le importaba ya. Quiso la suerte que esa incandescencia se apagara pronto, porque comenzó a caer una lluvia tal, como nadie de a bordo —a excepción de don Melú— había visto jamás; una lluvia tan espesa que pronto desplazó todo el aire respirable. La tripulación tuvo que ponerse gafas y escafandras de submarinista. Un relámpago sucedía a otro, un trueno a otro. La tempestad ululaba. Se levantaban olas enormes y blanca espuma. Los maquinistas y fogoneros, en el vientre del barco, hacían esfuerzos sobrehumanos. Se habían atado con gruesas sogas para que los bruscos movimientos del barco no los lanzaran hacia las fauces abiertas de las calderas.
Por fin llegaron al centro del tifón. ¡Qué espectáculo se les ofreció allí! Sobre la superficie del mar, liso como un espejo, porque la propia fuerza del huracán barría las olas, bailaba un ser gigantesco. Se sostenía sobre una pata, se ensanchaba por arriba y parecía realmente un trompo del tamaño de una montaña. Daba vueltas con tal rapidez, que no se podían distinguir los detalles.

—¡Un Sum-sum gomalasticum! —exclamó entusiasmado el profesor Quadrado, mientras se sujetaba las gafas, que la lluvia le hacía resbalar una y otra vez.

—¿Puede explicarnos esto un poco más? —refunfuñó don Melú—. Somos simples marinos y...

—No moleste ahora al profesor con sus observaciones —le interrumpió la auxiliar Sara—. Es una ocasión única. Esa especie de trompo animal procede, probablemente, de las primeras etapas de la evolución. Debe de tener más de mil millones de años. Hoy no queda más que una variedad microscópica que a veces se encuentra en la salsa de tomate y, excepcionalmente, en la tinta verde. Un ejemplar de este tamaño es, seguramente, el único superviviente de su especie.

—Pero nosotros estamos aquí —gritó a través del ulular del viento el capitán— Así que el profesor ha de decirnos cómo se puede parar esa cosa.

—No lo sé —dijo el profesor—. La ciencia no ha tenido todavía ninguna ocasión de investigarlo.

—Está bien —dijo el capitán—. Primero le dispararemos y ya veremos qué pasa.

—Es una pena —se quejó el profesor.— Disparar sobre el único ejemplar de Sum-sum gomalasticum.

Pero el cañón contraficción ya apuntaba al trompo gigantesco. De la boca del cañón salió una llamarada azul de un kilómetro de longitud. No se oyó nada, porque, como todo el mundo sabe, el cañón contraficción dispara proteínas. El proyectil luminoso voló hacia el Sum-sum, pero cayó bajo el efecto del trompo, se desvió, dio varias vueltas al monstruo y fue arrastrado hacia lo alto, donde desapareció entre las negras nubes.

—¡Es inútil! —gritó el capitán Gordon—. Tenemos que acercarnos más.

—Es imposible acercarnos más —respondió don Melú—. Las máquinas trabajan a toda potencia y lo único que logramos es que la tempestad no nos empuje más lejos.

—¿Tiene alguna idea, profesor? —preguntó el capitán.

Pero el profesor se encogió de hombros, al igual que sus auxiliares, que tampoco sabían qué aconsejar. En ese momento, alguien tiró de la manga del profesor. Era la bella indígena.

—¡Malumba! —dijo con gesto elegante—. Malumba oisitu sono. Erbini samba insaltu lolobindra. Cramuna heu beni beni sadogau.

—¿Qué es lo que dice? —quiso saber el primer oficial.

—Dice —explicó el profesor— que en su pueblo hay una canción antiquísima, con la que se puede hacer dormir al «tifón andarín», si es que alguien se atreve a cantarla.

—¡Qué ridículo —refunfuñó don Melú—. Una nana para un tifón.

—¿Qué opina usted profesor? —preguntó la auxiliar Sara—. ¿Es posible una cosa así?

—No hay que tener prejuicios —dijo el profesor—. Muchas veces hay un fondo de verdad en las tradiciones de los indígenas. Quizá haya unas vibraciones sonoras determinadas que tienen alguna influencia sobre el Sum-sum gomalasticum. No sabemos nada acerca de sus condiciones de vida.

No puede perjudicarnos —decidió el capitán—. Tenemos que probarlo. Dígale que cante.

El profesor se dirigió a la bella indígena y dijo:

—Malumba didi oisafal huna-huna, ¿vafadu?

Mamosan asintió y comenzó a entonar una cantinela muy peculiar que se componía de unas pocas notas que se repetían cada vez:

Eni meni allubeni

wanna tai susura teni.

Se acompañaba con palmadas y saltaba al compás. La sencilla melodía y la letra eran fáciles de recordar. Poco a poco, otros fueron haciéndole coro, de modo que, pronto, toda la tripulación cantaba, batía palmas y saltaba al compás. Y sucedió lo que nadie habría creído. El trompo gigantesco empezó a dar vueltas más y más lentamente, se paró finalmente y comenzó a hundirse. Con el ruido de un trueno se cerraron las olas sobre él. La tempestad acabó de repente, el cielo se volvió transparente y azul y las olas del mar se calmaron. El Argo se mecía plácidamente sobre las tranquilas aguas como si jamás hubiera existido una tormenta.

—En el fondo es una lástima que hayamos hundido el Sum-sum gomalasticum. ¡El último ejemplar de su especie! Me hubiera gustado poder estudiarlo un poco más de cerca.

Fragmentos tomados de Momo, obra de Michael Ende... sí, no es mi mentira, pero es una muy divertida que contar.

jueves, 5 de febrero de 2009

Chismes

Ese frinopio es un criticón. No es tan insoportable como su prima, la ferapupra, pero a los laniparinos no les cae del todo bien. Sin embargo, la criferina sí lo quiere. Lo vio un día, mientras tomaba el sol sobre una hojita de manzanilla, y se enamoró de él. Eso sí, hay que reconocer que la criferina es de corazón alegre. No es la primera vez que queda prendada de esa manera. A penas hace algunos meses, decía que amaba con locura al parumbo que vive en las gotas de rocío, pero el gusto se le acabó pronto. Los parumbos son muy cursis y muy torpes. No son buenos partidos, realmente.

Pero ya nos desviamos. Estamos aquí para hablar del frinopio. Los frinopios son más grandes que los laniparinos, pero menos ágiles. No son tan buenos surfeando rayitos de sol, pero les encanta nadar. Están hechos para el agua y pueden pasar horas sumergiéndose en los charcos. Los más temerarios se arrojan a las fuentes, pero eso es muy peligroso, pues la corriente es tan fuerte, que muchos no pueden salir nunca y se quedan atrapados.

Así son los frinopios. La diferencia con éste, el criticón, es que le tiene miedo al agua. Sabe que los gorgodontes acechan por las profundidades y teme que algún día lo atrapen. Todos sus hermanos ya se cansaron de explicarle que los gorgodontes no nadan en aguas dulces, pero el pequeño frinopio no les cree. Prefiere quedarse afuera, donde se está seco y a salvo. Yo creo que por eso es tan mal visto entre los laniparinos. Se sienten invadidos por su presencia. No les gusta compartir el sol con otros.

Quién sabe qué vaya a hacer el pobre frinopio. Tal vez debería andar con la criferina. Ya veremos. Les iré contando conforme me entere.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Laniparino




El Laniparino del latín lanipana-ae, es un organismo unicelular que habita en el abismo a una profundidad aproximada de 9000 pies. La fisonomía del Laniparino, la cual le permite soportar tanta presión, es semejante a una mucosa azulosa, peluda y microscópica. Al momento de su descubrimiento fue confundida con un hongo, pero años después, tras haberla estudiado a fondo y habiéndola sometido a diversas pruebas, se llegó a la conclusión de que realmente era una bacteria y no un hongo.
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En el año de 1966 aconteció en Paris el suceso conocido como “la fiebre del Lanipario”, en la cual fueron descubiertas esporas de Laniparino en malteadas de fresa, cereza y vainilla, las cuales eran vendidas comúnmente en cafés literarios de alta convocatoria. A raíz de esto, nuevos estudios revelaron que el Laniparino en cantidades concentradas de 500 mg produce efectos similares a la mezcalina. Estos mismos estudios dejaron ver además que esta interesante bacteria tiene un alto índice de tendencia a la simbiosis. Para 1989 un estudio genético aplicado a las Dendrobatidae, mejor conocidas como ranas alucinógenas, mostró que dichas ranas contienen en su organismo vestigios de Laniparinos, lo cual corrobora la tesis simbiótica de los años sesenta. Los científicos mencionan al respecto que “la Dendrobatidae en algún momento de su estado primitivo asimiló la bacteria del Laniparino y la convirtió en parte de su organismo; es por esto mismo que su cuerpo desprende las sustancias alucinógenas que le dan su característica más llamativa” además agregaron que si en algún momento el hombre al igual que la Dendrobatidae asimilara esta bacteria, el resultado sería un pachecus homus, el cual viviría de viaje (o en el viaje, del ingles on a trip, el cual se podría traducir como cualquiera de las dos opciones anteriores).
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Finalmente cabe mencionar que el Laniparino no tiene depredador natural, pero últimamente se ha observado que el Gorgodonte marino merodea a menudo aglomeraciones de Laniparinos, disfrutando de sus efectos y desarrollando cierta adicción.


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Revista Científica
Bestiario and the new
creatures in the world.

No. 175 Pag. 33
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